16 de jan. de 2012

Asturianos en el mundo

En diciembre de 1970, el empresario Pepe Cosmen promovió el viaje de dos periodistas asturianos para realizar una serie de reportajes sobre nuestros paisanos emigrantes en Francia, Bélgica, Holanda y Alemania y Suiza. Alsa acababa de iniciar sus rutas europeas que daban servicio al mundo de la emigración, que vivía su época más expansiva y también más dura y más dramática. Participé en aquella aventura, al lado del fotógrafo Luciano García, y el impacto de aquellas historias humanas lo llevaré siempre en la memoria y en el sentimiento. Es cierto que los asturianos del éxodo y del llanto corrieron distinta suerte pero, por lo general, eran personas que apretaban los dientes cada día para soportar muchas hostilidades y ahorrar algún dinero para regresar a Asturias con cierta holgura económica. Aquí habían quedado sus hijos, cuidados por sus abuelos, y los padres percibían su crecimiento desde la distancia. Aún recuerdo a mineros encomendándonos, en la rue Merode de Bruselas, sus papeles para hacer algún trámite, o entregándonos algún paquete para que lo hiciésemos llegar a sus familias.

El recuerdo de aquel viaje, en que recogimos centenares de testimonios verbales y gráficos, es, a estas alturas, agridulce. El paso del tiempo tiene una mano de bálsamo, pero el desgarro de aquellas historias mantiene, a estas alturas, toda su acidez y su tristeza. Cuando ahora se emiten en las distintas cadenas de televisión series como 'Españoles en el mundo' o 'Asturianos en el mundo', la reacción de los telespectadores es curiosa: aunque la mayoría no tienen agallas para imitarlos, son muchos los que dicen que, en Rio de Janeiro o en Nueva Delhi, en Chicago o en Copenhague, estarían mejor que en Asturias, con un trabajo más ilusionante, con más estimulantes perspectivas de futuro, con unas garantías de calidad de vida más humanas. Da la impresión de que en Asturias hay muchas personas que, habiendo constatado la dureza de la realidad, se quieren marchar, y algunos lo harían voluntariamente y con una mejor formación para afrontar los retos de la extranjería que la que tuvieron sus padres o sus abuelos cuando se fueron, heredando la tradición de los indianos, con una maleta de cartón y mil pesetas a la Europa de cielo plomizo y de idioma desconocido.

Ahora los emigrantes que salen en la televisión suelen ser profesores de español en Oslo, bioquímicos en Seattle, guías de turismo en Río de Janeiro, comerciantes en Tokyo, médicos en Londres, ingenieros en Atenas o químicos en Ciudad del Cabo. Todos ellos constituyen el mejor rostro de la diáspora, pero no son, estadísticamente, más que la espuma de una realidad de la que forman parte personas que, como los aventureros a la fuerza de los años sesenta, ni se atreven a regresar, porque la derrota es mala compañera, y ni siquiera tienen medios para volver a su aldea y a su pomarada que, además, son menos amables que cuando ellos se marcharon.

El tiempo es cambiante, pero los caminos siguen siendo tercos y desapacibles. Desde los tiempos en que, desde el puerto del Musel o de Ribadesella, se embarcaban los primeros emigrantes, rumbo a La Habana o a Buenos Aires, todo ha cambiado para que nada cambie. Hoy las cartas 'air mail', de finísimo papel con el que se escribía a lápiz y que tardaban semanas en cruzar el Atlántico, han sido sustituidas por la inmediatez ubicua de internet, y la lejanía, que permanece en sus límites geográficos, resultan más llevadera. Estas cavilaciones vienen a cuento tras la merecida designación de Pepe Cosmen como doctor honoris causa de la Universidad de Oviedo. Su biografía está cimentada en un viaje iniciático entre Leitariegos y Oviedo, y después se puso el mundo por montera. En su discurso, Pepe Cosmen se planteó: «Hay muchos empresarios asturianos que triunfan por el mundo; si lo hacen allí, ¿por qué no lo pueden hacer aquí?». El día que descifremos ese enigma, incluido en el ADN de la asturianía, nuestras ciencias de la vida habrán dado un gran paso.

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