21 de ago. de 2012

La importancia de llamarse Asturias


Crónica sobre el primer intento para que la Provincia de Oviedo, la de los documentos, pasase a tener su asturiana denominación actual, la de los corazones.

Jamás ha existido una comuni­dad humana si no hay nombre que la llame. Asturias, el nombre, na­ció a la escritura al menos en el siglo VIII. Se supone que a las mentes y a los corazo­nes ya había nacido an­tes. Por eso las cosas que se cuentan en este artículo vienen de lejos.

Acerquémonos un poco. Hasta 1833. Por entonces una reforma administrativa cambió los lindes y hasta los nombres de los territorios de España. La respaldó un Real De­creto de 30 de noviembre, firmado por el ministro de Fomento, Javier de Burgos. Se trataba de romper con el Antiguo Régimen, con sus servidumbres y ataduras a través de una nueva estructura territorial, geográfica y política. Con él nacie­ron la provincia y su órgano elec­tivo: la Diputación. Ambas han de­saparecido ya a este lado del Paja­res, pero entonces tuvieron una gran importancia. Asturias no se llamó de esta vieja manera, sino Provincia de Oviedo. Los papeles pudieron sobre los sentimientos.

Hasta aquellos momentos Espa­ña era un Estado débil en su idea y en sus mecanismos administrati­vos. Después de las provincias, el centralismo y la uniformidad cul­tural ganaron enteros, aunque en realidad la mayor fortaleza fue de las mismas provincias y no del Es­tado. España era una suma de es­tructuras locales con unas diputa­ciones en las que se jugaban las in­fluencias de los señores del territorio, maduradas en intermina­bles tardes de casino. Solares de caciques. Poblachones con guarni­ción militar, escuela, hospital, hos­picio, funcionarios y, en el mejor de los casos, terminal de ferroca­rril, que organizaban la vida co­mercial del territorio. La capital lo era casi todo.

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